Ayuntamiento, Biar
En el corazón de Biar, frente a la plaza consistorial, se alza una puerta de madera custodiada por dos dragones de hierro.
Dicen que llevan siglos protegiendo la casa que hay detrás, que cada amanecer el sol les despierta las alas y que, cuando el viento sopla desde la sierra, se escucha su suspiro sobre la piedra.
Así comienza la historia de la Casa dels Dragons, una vivienda señorial con más de doscientos años de historia, restaurada con un respeto tan profundo que cada muro, cada viga y cada rincón conservan el alma de lo que un día fue.
Tras cruzar su entrada, la calma se impone.
La luz se filtra entre las paredes de piedra y la mirada se abre a un patio central de 277 metros cuadrados, un corazón vivo rodeado de vegetación mediterránea, donde el tiempo parece detenerse.
Allí el silencio tiene sonido, el agua murmura en las fuentes y el aroma de las hierbas perfuma el aire.
En torno a ese patio se extiende la casa, con sus 507 metros construidos sobre un solar de 464, distribuidos en tres plantas que combinan historia, arte y vida.
En la planta baja, los suelos de piedra y las bóvedas antiguas dan paso a salones que conservan el eco de conversaciones pasadas.
Son espacios amplios y versátiles que hoy pueden ser galería, bodega, taller o refugio, y que respiran autenticidad en cada detalle.
La escalera principal, con su barandilla de forja, conduce a una planta intermedia bañada de luz.
Los balcones se abren a la plaza y dejan entrar la vida del pueblo: el sonido de las campanas, el rumor de las voces, la calma de las tardes lentas.
Aquí se encuentran las estancias más vivas: salones con techos altos, una biblioteca que huele a madera y papel antiguo, dormitorios que se asoman al cielo y una sala donde el arte y la música han encontrado su lugar.
En la planta superior, la casa se vuelve íntima.
Los techos abuhardillados, las vigas de madera vistas y las ventanas que enmarcan la sierra crean una atmósfera serena.
Desde las terrazas y balconadas, treinta y nueve metros de luz y aire, se dominan los tejados del casco antiguo, las torres de piedra y el horizonte.
Allí arriba todo se ralentiza; parece que el mundo queda lejos y solo queda el murmullo del viento entre los dragones.
La casa ha sido restaurada con mimo, respetando cada textura, cada color, cada huella del tiempo.
Los muros de piedra natural, la cerámica artesanal, los suelos de barro cocido y las maderas nobles dialogan con instalaciones modernas, discretas y eficientes.
Nada es casual, todo tiene alma.
La Casa dels Dragons no es una vivienda más; es un refugio para quienes entienden que el arte no solo se contempla, sino que también se habita.
Es un espacio que invita a vivir de otra manera: con calma, con propósito, con belleza.
Puede ser un hogar familiar, una residencia creativa, una galería, un hotel con encanto o un sueño compartido.
Lo que no puede ser es indiferente.
En Biar, entre montañas y silencio, la historia sigue viva.
Y en esta casa, donde los dragones duermen y la historia despierta, espera quien quiera escribir el próximo capítulo.
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